Sobre la inaplicabilidad de los algoritmos al deseo de ser amados

Por Pablo Dema

(A propósito de Mañana tendremos otros nombres, de Patricio Pron, Buenos Aires: Alfaguara, 2019).

La última novela del argentino Patricio Pron (Premio Alfaguara 2019) se centra en un momento de crisis y cambio de una pareja de profesionales de alrededor de cuarenta años que vive en Madrid. El conflicto se desencadena a partir de la decisión de la mujer (una arquitecta nombrada como “Ella”) de romper su relación con su pareja (un ensayista nombrado como “Él” a lo largo del libro), con quien lleva manteniendo una relación desde hace cinco años. Un punto clave del desencuentro tiene que ver con el deseo de la mujer de ser madre, el cual no es compartido por “Él”. La repentina separación sume a los personajes en una situación de dolor y extrañamiento muy intensa en las primeras horas a la que se van acomodando en las semanas subsiguientes mientras intentan rehacer sus vidas. El narrador nos contará luego la historia completa de la pareja, sus puntos fuertes y las desavenencias. Además, también se establecen comparaciones entre esta pareja estable y relativamente tradicional con otras tipos de relaciones establecidas por allegados, los cuales se desarrollan según nuevos parámetros ligados a la flexibilidad, la apertura o los encuentros sexuales sucesivos con personas desconocidas y con las cuales se contacta con este fin específico gracias a las aplicaciones para teléfonos.

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            Inevitablemente, la ruptura empuja a los personajes a este nuevo terreno en el que lo virtual tiene preponderancia y la novela se puede leer en ese sentido como una etnografía de los nuevos modos de establecer relaciones a las que no cabría llamar ni de “pareja” ni  “amorosas” puesto que, justamente, no parece todavía haber nombres disponibles para ellas. Del desarrollo de la novela se desprende la idea de que la ilusión del goce ilimitado y libre en el plano sexual y afectivo no pasa de ser justamente eso, una ilusión. En la práctica, la capacidad de gozar y saltar de una experiencia placentera a otra de manera constante es obstaculizada por rasgos de la conducta humana bastante más arraigados de lo que parece: a saber, la necesidad de vínculos afectivos simétricos y relativamente estables, los cuales son sospechados hoy en día de expresar unas identidades propias de una época perimida, una forma de ser “tradicional” o “romántica”. Hay un pasaje de la novela que puede funcionar (según yo lo veo) como síntesis de la perspectiva global del libro y del posicionamiento hacia el que es inducido el lector, contradiciendo un sentido común que parece imperar. El pasaje en cuestión evalúa la situación de una joven nombrada como “F”., quien está en pareja con un joven que a su vez mantiene un vínculo (inicialmente) solo sexual con otra mujer (una editora de revistas), a sabiendas de F. Son, por tanto, una pareja abierta: F., su novio y la editora como “suplemento”. Pero lo que sucede en los hechos es que el novio de F. acaba estableciendo con la editora de revistas un vínculo más intenso de lo previsto, a punto tal que F. parece quedar en el lugar de ella y sentirse ahora no como la protagonista sino como un “suplemento” de la pareja que conforma su novio y la otra mujer. El narrador, a través del personaje protagonista “Él”, cuya perspectiva domina en ese momento y quien esgrime la posición que (según yo lo veo) se postula como la más certera, nos dice: “le resultaba difícil [a Él] imaginar que pudiera terminar de otra manera un trío como el que F. y su novio y la editora de revistas habían conformado; pensaba que no había ninguna buena razón para creer que los proyectos utópicos que aspiraban a cambiar la naturaleza humana pudieran resistir su confrontación con la realidad -mucho menos si no modificaban las condiciones económicas que le daban forma a ésta-, pero también consideraba que esos proyectos eran los únicos que permitían a los más jóvenes soportar un presente que se les volvía deliberadamente en contra bajo la apariencia de que satisfacía sus deseos” (p. 234-235). Todas las nuevas posibilidades que el sistema ofrece a los jóvenes (la conectividad a internet, las aplicaciones para ligar, las líneas aéreas low cost, la flexibilidad en los horarios de trabajo, la aparente diversidad de la oferta de entretenimiento, etc.) no fueron creadas por ellos sino que son el resultado de una “imposición” (nos dice el narrador), lo cual los deja ante la paradoja de estar obligados a “disfrutar” de lo que (y en el modo en que) el sistema lo dispone. La situación a la que todos nos vemos sometidos en la vida diaria cuando un operador telefónico se siente con derecho a darnos una reprimenda por no querer comprar un producto (ni aceptarlo aun cuando sea “sin cargo”) se extiende a todos los ámbitos de la vida, produciendo un efecto agobiante en un mundo que no tolera nada que exista por fuera de su lógica del consumo y del disfrute. Si alguien no desea lo que se supone que hay que desear el sistema sanciona, aparta y estigmatiza. En una escena de esta novela, por ejemplo, cuando “Él” -luego de la ruptura con “Ella”- comienza a tener relaciones sexuales con su editora esporádicamente, es puesto a raya por ésta cuando tiene la ocurrencia de llevar un termo de café y algo de comida en un viaje que hacen juntos. Para la editora, reaccionando de manera acorde con la sensibilidad de la época, ese gesto amerita que lo ponga en ridículo preguntándole si pretende “jugar a los novios”. Finalmente, “Él” y “Ella”, mediante un doloroso y complejo proceso, logran sortear la diferencia en torno al deseo de la maternidad y la paternidad siendo, en parte, cada uno fiel a sí mismo, pero también cediendo en parte a la necesidad del otro en pos de reconstruir el vínculo. “Él” termina aceptando una situación que inicialmente rechazaba porque entiende que le importa más su pareja que ser fiel a un deseo previo, lo cual lo lleva a pensar que “lo que diferenciaba el amor del deseo consistía en que el primero conocía la renuncia al tiempo que el segundo no” (p. 259). Después de un giro sorpresivo de la trama la pareja se reconvierte y queda en una situación poco convencional en un contexto en el que, definitivamente, los vínculos afectivos están mutando. Sin embargo, como dice el narrador, lo que construyen a partir de ese momento se parece bastante a una familia, estructura a la que no parecen dispuestos a renunciar toda vez que, como dice un verso colocado en la dedicatoria final, todos parecemos necesitar un refugio para ponernos a salvo en medio de la tormenta (“I’ll give you shelter from the storm”, en palabras de Bob Dylan).

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Patricio Pron

            Como toda novela ganadora de un premio literario importante (además de la publicación de la obra el autor recibió ciento setenta y cinco mil dólares), Mañana tendremos otros nombres está destinada a un público amplio y aspira a ocupar un lugar entre los libros más vendidos que figuran en los suplementos culturales. Al tocar un tema que está en el aire como es el furor de Tinder le cabe además el cargo de ser un libro oportunista. Por otro lado, algunos comentaristas han mencionado que el hecho de que quien entrega el premio (Alfaguara) pertenezca al grupo que edita regularmente la obra de Pron (Penguin Random House) implica un acto éticamente cuestionable. Sin duda esa información no es trivial, aunque sería muy importante, antes de hacer cualquier tipo de acusación, tener algún dato certero de que alguna obra enviada al concurso no fue evaluada por el jurado o los preseleccionadores, en cuyo caso el certamen sería un fraude. Pero si no hay tales acusaciones y si nadie que publique en Random House está impedido por las bases del concurso a participar del premio Alfaguara, el hecho de ganar un premio otorgado por la empresa con la que se hizo contratos previos podría ser visto, en todo caso, como una forma poco elegante de hacerse con un botín nada desdeñable. Al fin y al cabo la escritura de ficción, para muchos, es un medio de subsistencia y, naturalmente, un negocio también para otros tantos (editores, libreros y agentes literarios). Rigen en ese ámbito los intereses económicos, y todo lo demás, incluidas las críticas al sistema que sustenta la industria editorial, permanece en un lugar secundario. Más allá de esta cuestión, mi impresión como lector es que en el caso de Pron su conciencia del lenguaje y la compleja relación que establece con la tradición literaria de la que participa (la cual se expresa en toda su complejidad en No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, su libro quizás más ambicioso) hacen que, a pesar de que intente entregar (por pedido o por conveniencia) un producto para un público amplio, las hojas de ese libro transmiten su dependencia de las raíces profundas de un  talento literario digno de los lectores más exigentes.

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